Llega diciembre e inician los preparativos, hay que comprar regalos, para una lista interminable de familiares, amigos y personajes estratégicos, así como aparecidos de momento.
Se juntan lentamente los componentes afectivos, emotivos y de hacinamiento, para que con ciertas gotas de alcohol afloren los más apasionados secretos y se ventilen las más fuertes fricciones en torno a un pino disfrazado con animales y tótems colgados, como decoración del campo de batalla, de la misma forma que esqueletos y estatuas de guerra lo hacían en el pasado.
Es el momento del año en el cual todo parece festivo, los compromisos sociales se multiplican y se ponen en marcha todos actos que terminaran con un par de noches que se dibujan como eventos para compartir en familia, pero inevitablemente terminan, en muchos casos, como una pesadilla anual producto de la fricción interna de masas en conjugación con la obligatoriedad, pues no existe un desestimulante o repelente más efectivo, contra la felicidad, que su obligatoriedad o programación.
Como muchas familias latinoamericanas, la mía es numerosa, y el primero de diciembre marca dos carreras; la primera, por decidir si se pasaran esas noches en casa de quien; y la segunda, como hacer, para que una vez se ha decidido con qué lado de la familia se pasara cada fecha, el otro, se encargue de sabotearla, para terminar haciendo su voluntad en una y otra fecha.
Mi niñez, como la de muchos, se dividió entre la furia de la familia paterna por nuestra ausencia, y la misma sensación del costado materno, haciendo de la navidad una época curiosamente agresiva, y extrañamente repetitiva, llena de regalos, de cenas, en fin en términos culinarios agridulce.
Aun no sé si realmente soy el único de mi núcleo familiar que se dio cuenta de la doble manipulación, o si soy por el contrario un teórico de la conspiración en este caso, en mi favor digo, que de haber sido casualidad, no debería haber pasado cada año sistemáticamente, y que seguramente todo ocurrió con la mejor intensión.
Mas allá de los buenos momentos, de los personajes infaltables en cada familia, de los regalos, la navidad para mi resulto ser un circulo vicioso, corriendo de una casa a la otra, saludando y resaludando, para al final ver como la buena cena, y el buen beber, resultaron en indigestiones espirituales y tragos amaros.
Las fiestas navideñas no son tan simples y amables como se pintan en las películas, mas se parecen a comedias de momento donde traumas, dolores y malos momentos se condensan en un día, para explotar de forma en la que, las heridas duraran eternamente, pero solo sangraran cuando sea beneficioso para el/la afectado(a), o cuando es el peor momento para aparecer.
Creo que las fiestas navideñas resultan en un coctel explosivo, sistemáticamente preparado, es decir, se transforma en el relato “de una tragedia anunciada”, que a la luz de muchos resulta comiquísima, para otros, devastadora.
Con la llegada de diciembre o de la época navideña que de año en año llega más temprano, llegan las luces, los preparativos y sobretodo llega el momento de celebrar, de confrontar y por que no de regalarnos lo que siempre hemos querido, la simple y llana verdad.
Dicho esto, los invito este diciembre a regalarse fiesta explosivas, confortaciones fuera de lugar momentos de pena propia y ajena, todo en nombre de un concepto que adoro, la verdad, dulce, agria, como se le sirva, siempre sabe bien!
Buenas fiestas!!
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EL video http://youtu.be/fnm956LkFV8
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