lunes, 8 de marzo de 2010

Una muestra de un viejo escrito

*"LAS CARTAS DE LA LIBERTAD".

Busco en la despensa sorbo de café, descubro lo que suponía... no hay.

Nuevamente he de bajar a donde Don Marcos a rogar por un poco de mi tan amado vicio; me levanto del sillón azul obscuro que con su roída tela trata de calentar mis huesos que sin ayuda de carne dan forma a mi tambaleante cuerpo. Tomo con mi mano derecha la perilla, la giro lentamente, y dejo que la puerta revele lo que tras de sí esconde: Se ve ante mí el callejón que a diario camino, sin embargo, hoy con un toque lúgubre lo envuelve, tal ves sea la obscuridad, o tal ves sea la tan inmensa pena que me produce verme obligado a pedir un poco de café a un hombre mísero, aún así, me interno en el pasaje falto de luz y me dirijo a la madriguera del anciano Marcos y sus tantos gatos. Me acerco. Toco la puerta, con el ruido que producen las visagras se acompaña el abrir de la puerta - Buenos días Joven-. - Buenos días Don Marcos-, - perdóneme que le ruegue por un poco de café, aún no he podido ir al supermercado, así que no tengo, en cuanto compre, yo se lo devuelvo-. , En sus ojos se reflejó lo molesto que estaba, aún así, estiro su arrugado brazo y me dio el café que tanto necesitaba. Odiaba tener que pedirle algo, lo que fuera, a ese hombre, su expresión de desagrado y dolor al momento de dar, era tan insultante que si la necesidad no fuese tan grande preferiría no recibir nada de lo que me daba.

Tomé el café que me dio, y luego le agradecí con una sonrisa (esta una de las más irónicas e hipócritas que hubiese dado a alguien). Por dentro lo odiaba, desearía que muriera, lo despreciaba, si me fuera posible matarlo lo haría, es más (pensaba), no voy a soportar que me vuelva a insultar, como en repetidas ocasiones lo ha hecho, enfrente de los vecinos.

A la mañana siguiente, me levanté tarde, como era mi costumbre, tomé la cesta de la ropa y me dirigí al piso de abajo, donde está la lavandería, en las escaleras, me encontré con Alejandra -Hola "J"-, me dijo con su sonrisa de satisfacción con la que trataba de enmascarar lo pobre que era, aún así, en la noche, siempre tenía aquella sonrisa amable y verdadera, que trataba de imitar en las horas de la mañana, continué ni camino a aquel bello lugar donde todo se resume a pensar y meditar al ritmo del girar de las máquinas limpiadoras; el tiempo igual que las bombas de jabón, volaba y luego se desvanecía como sí jamas hubiese pasado por aquel apartado paraje, parecen mariposas, volando, llenas de colorido y hermosura; aunque su vida sea corta, son libres, ¡ tan pero tan libres!, A veces me gustaría ser como ellas, poder volar, poder viajar un poco, más tarde ser libre, y para terminar morir tranquilo y apaciblemente.


Pasados unos días, llegó a mi apartamento una carta de mi Hermana, María, a visándome que había regresado al pueblo el amor de mi vida, y que preguntaba por mí. -¡REGRESO!.-, el rugido retumbo por todo el edificio, y se repitió hasta que los toquidos él la puerta anunciaron el descontento del Viejo Marcos, -Joven, le pido respete, ésta en una copropiedad-. Asentí con la cabeza, sonreí y me disculpé.

A la mañana siguiente decidí largarme de aquel inhóspito conjunto de ladrillos apañuscados.

Deje me apartamento únicamente con la gran gaveta y unos equipos que dejé a Alejandra, azoté la puerta (cosa que molestaba profundamente a Marcos), y con el ventilador y el equipo prendidos salí; El sol apenas dejaba ver sus primeros rayos, la primavera había despertado, no sólo para mí, sino también para la ciudad, el portazo logró hacer tambalear el frasco de champú para ventanas que deje sobre la despensa, tambaleó y se balanceó hasta caer, y un chorro constante de su contenido cayo sobre las aspas del ventilador, y el aire que este producía, creo burbujas, que a su vez, salieron por la ventana y descendieron hasta la calle, yo, mientras, bajaba por las escaleras conversando por última vez con Alejandra, quien me acompaño hasta la puerta del edificio, donde gustoso le entregué las llaves a Martín (el administrador; un gran hombre), abrí la puerta y toda la calle estaba llena de niños, colgué mi mochila en el hombro derecho, y salí, los niños aglomerados jugaban a seguir las bombas de jabón, yo, me deje bañar por ellas y a paso lento, me aleje de mi antigua vida; al dar una última mirada al fondo, las bombas viajaban por el viento dando al paisaje tonalidades púrpuras, azules, amarillas, verdes, reflejando los rostros felices de todos los juguetones párvulos, que bañados en jabón anunciaban a los cuatro viento su alegoría policromática.

Ensimismado con una bomba de especial belleza, observé su caída hasta que exploto al tocar como una suave caricia el rostro de Alejandra, que por vez primera, afloró una sonrisa mañanera, que no buscaba enmascarar, sino revelar sus profundos sentimientos, que se ven aún más bellos ante el colorido perfil de la escena.

Dos Marcos, vio el cuadro desde su sillón obscuro que compró a un viajero, y su mano despidió con orgullo mi camino de bombas y sueños cubierto.

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